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Acerca de Hölderlin

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HOLDERLIN: POEMAS DE LA LOCURA


La poesía que se solidariza con el infortunio no puede conformarse con la perfección formal, sino que ha de tender hacia la verdad, interpretada no ya como Absoluto moral, sino como realidad en el mundo, con su carga de injusticia y fealdad. 
En este sentido, la fealdad no es una categoría estética, sino la posibilidad de superar el mal, asumiendo su lastre y ofreciendo a sus víctimas la palabra que se les negó, permitiendo que hablen desde su inconcebible dolor, mitigando el olvido al que están expuestas, combatiendo la ignominia de arrojar un manto de silencio sobre los que murieron injustamente. La poesía sólo puede conservar su tensión hacia el futuro, recogiendo la miseria del pasado. La desdicha del inocente nunca es hermosa, pero la poesía está comprometida con su recuperación.
En 1767, Lessing estudia en el Laocoonte la fealdad como categoría específica, pero reserva su manifestación al ámbito de la poesía, ya que entiende que la literatura, por su naturaleza temporal, diluye lo grotesco o repugnante, mientras que en las artes figurativas su presencia perdura en el espacio. En 1795, Friedrich Schlegel escribe Sobre el estudio de la poesía griega, donde apunta que la fealdad es uno de los rasgos definitorios del arte moderno. Ya no es la armonía, sino la intensidad, el dramatismo o la originalidad lo que inspira al artista. Schlegel cita a Shakespeare, cuyas obras no escatiman la violencia, lo trágico o lo grotesco. Sus personajes no conocen la armonía, sino que viven acosados por la desesperación, la impotencia o el fracaso.
Hölderlin afirma que sólo merecen el nombre de arte las obras capaces de expresar la experiencia del dolor. Pese a enloquecer, continúa escribiendo, reflejando en sus Poemas de la locura el anhelo de felicidad, maltratado por la incertidumbre y el sentimiento de indigencia que aflige al ser humano, cuando no se advierte la presencia utópica del otro, no ya como antagonista, sino como manifestación del Espíritu. 
Visión es una expresión de este conflicto: 
 
Oscura, cerrada, parece a menudo la interioridad del mundo
 Sin esperanza, lleno de dudas, el sentido de los hombres 
Mas el esplendor de la Naturaleza alegra sus días 
Y lejana yace la oscura pregunta de la duda.  
 
Es la época más dolorosa de su existencia, su largo viaje por la locura, pero el desorden mental no impide que se manifieste la esperanza de un mañana. En Primavera, las estaciones no aparecen como repetición, sino como tensión hacia el futuro. 
 
Nuestra vida desea al porvenir abrirse
Con flores, señal de alegres días 
cubrir parece la tierra y el gran valle 
Alejando la Primavera de todo signo doloroso.
La locura no es éxtasis, noche sagrada o inspiración divina, sino un estado de confusión y pérdida, un tiempo de destrucción acotado por la repetición, la angustia y el miedo. En sus últimos años, Hölderlin es un loco (a fin de cuentas, un hombre limitado por su experiencia o, más exactamente, desorganizado por su experiencia), pero en sus poemas, oponiendo al delirio la secreta perseverancia de la razón, se manifiesta el conflicto matricial entre un presente desdichado y un mañana que apenas se vislumbra, pero que en cierta medida ya acontece. Lo inmediato no puede ser la última palabra. Auschwitz no es la verdad, sino el fracaso del hombre en su devenir histórico. Hay otros fracasos, otros escándalos, donde -al menos temporalmente- triunfa la inhumanidad, lo monstruoso.
Lo esencial es que el mal carece de la fuerza necesaria para destruir el impulso teleológico de la conciencia. La esperanza no es una ilusión, sino la forma en que el hombre se enfrenta al tiempo y la injusticia. Es un estar en el tiempo, que se realiza en el tiempo y fuera del tiempo, en el “todavía no” (Ernst Bloch), cuya inminencia nunca cesa, pues si se hiciera presente, perdería su impulso. Hölderlin firma sus poemas con cien años de antelación o con doscientos de retraso. No es ofuscación, sino anticipación de la eternidad, de un más allá que extiende el presente hacia una perfección aplazada. Pese a su innegable prestigio, la incredulidad es más débil que la esperanza. Hay más audacia en la fe que en su negación, como nos recuerda Ionesco en sus Diarios.
En el borrador de una carta sin fecha, Hölderlin escribe: “Estoy maduro no para la paz muerta de la tumba, sino para una vida más feliz, más tranquila que ésta; incluso espero no estar largo tiempo ya sobre esta tierra, de la que ni siquiera las alegrías me atraen; espero que las tijeras fatales de la Parca vengan a cortar el hilo de mi vida, y en verdad puedo decir que espero el fin con tranquilidad, incluso con placer y alegría”. No hay en estas palabras resentimiento ni odio hacia la vida real, con su carga de finitud y servidumbre. No es “ilusión”, “resentimiento” ni “platonismo para el pueblo” (Nietzsche), sino experiencia del dolor transmutada en esperanza. Esperanza que celebra la vida, a pesar de su imperfección, a pesar del declive del cuerpo y del naufragio de la razón. 
Los Poemas de la locura son una iluminación, pero su luz no procede de lo irracional, sino de la insensatez de la esperanza, que contempla el dolor y no renuncia a la vida; que soporta la infamia y aún cree en la justicia; que aguanta el fracaso y no se cansa de celebrar la persistencia de lo posible. Sólo esta forma de arte puede contener la realización histórica del mal y al mismo tiempo contribuir a su superación moral y teleológica. RAFAEL NARBONA
Todas las colaboraciones de Rafael Narbona como crítico literario de El Cultural de El MUNDO en:
http://www.elcultural.es

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